Egiptólogos en 1885/1886. De izquierda a derecha: Rochemonteix, Albert Gayet, C. E. Wilbour, Eduard Toda y Gaston Maspero.
El
siglo XIX es el siglo que ve el nacimiento de la egiptología como disciplina
científica, un nacimiento muy relacionado con el coleccionismo de antigüedades
practicado por los aristócratas desde los siglos XVI y XVII, cuando algunos
viajeros occidentales se dedicaban a investigar y coleccionar antigüedades de
origen egipcio (Bednarski, Dodson, Ikram; 2021, p. 13); cuando también se
intentó, de varias formas, estudiar el país del Nilo, por ejemplo, a través de
los intentos de localizar los monumentos históricos en el mapa de Egipto,
estudiando las pirámides, intentando descifrar los jeroglíficos o estudiando la
lengua copta (Bednarski, 2013, p. 1). La egiptología es una materia de difícil
definición, aunque una definición simple podría ser: “El estudio de la antigua
cultura, historia y arqueología del área geográfica hoy reconocida como el
estado moderno de la República Árabe de Egipto” (Bednarski, Dodson, Ikram;
2021, p. 1).
Será
durante la campaña napoleónica en Egipto cuando (1798-1801), según muchos
autores, se sentarán las bases de la egiptología decimonónica. Napoleón, para
agilizar la conquista del país, llevaría consigo a un grupo de académicos que,
al estudiar la fauna, flora, historia y antigüedades del país recabarán la
información necesaria para la publicación de Description de l’Égypte (publicado entre 1809 y 1828), un compendio de todo lo sabido sobre
Egipto en Francia hasta el siglo XVIII. Las publicaciones de estos académicos a
raíz de la invasión y de las antigüedades egipcias traídas por los soldados
provocaron un interés nunca antes visto por el país africano, también provocada
por el orientalismo romántico que ofrecían el arte y el paisaje egipcio (Fernández
de Cañete, 2021, p. 47), cuya exploración y estudio sería dividido entre
Francia y Gran Bretaña en esta primera mitad de siglo (Bednarski, 2012, pp.
1-3). El término orientalismo, en este caso, hace referencia al uso de
elementos orientales (de Oriente Medio y Asia oriental) en el arte occidental,
siempre estableciendo una jerarquía entre Oriente y Occidente proveniente del
pensamiento imperialista naciente. El orientalismo juega con lo exótico y lo
poco familiar, muchas veces recurriendo a estereotipos (Alber, 2013, pp.
110-111). Las campañas napoleónicas en Egipto dieron mucho impulso a este tipo
de literatura y producciones artísticas en Francia con, por ejemplo, Salambó de Gustave Flaubert, como caso
paradigmático (Meyer, 1991, p. 657).
Jean-François Champollion (1790-1832), el estudioso francés que descifró la escritura jeroglífica egipcia.
Esta
egiptología se extendería por toda Europa a finales de los años 20 del siglo
XIX, al existir ya material suficiente en los museos de los países europeos y
ser posible la traducción de los textos jeroglíficos gracias a Champolion para
que los académicos nacionales investiguen y se interesen por la civilización
egipcia (Bednarski, Dodson, Ikram; 2021, p. 23). El desarrollo de esta
disciplina no vino únicamente dado por el interés académico: los estados
europeos se involucraron directamente en su financiación, dotando de los medios
y el capital necesarios para apoyar a los investigadores y realizar misiones
científicas en el país del Nilo.
Estos
países y académicos también trabajarían con el propio gobierno egipcio,
colaborador esencial para la creación del museo egipcio y el Servicio de
Antigüedades (Antiquities Service),
fundado en 1858 y que contaba con personal principalmente europeo, sobre todo
francés (Thompson, 2020, p. 5). Instituciones en las que el egiptólogo francés
Auguste Mariette tuvo un importante papel tanto en su creación como en su
posterior desarrollo, al ser el primer director de esta institución, nombrado
por el propio virrey Sa´id de Egipto (Thompson, 2020, p. 228). El Antiquities Service tenía derechos
exclusivos de excavación en el país y el derecho de acumular los hallazgos en
el museo egipcio del Cairo, el llamado Bulaq
(abierto en el año 1863), y
realizaba inspecciones anuales a partir del año 1858 a lo largo del Nilo para
acumular estos hallazgos y llevarlos a este museo (Ikram, Omar, 2021, pp.
28-29).
Este
desarrollo académico será paralelo al desarrollo del coleccionismo de
antigüedades que antes mencionábamos, y serán claramente dependientes el uno
del otro: los museos nacionales se alimentarán de las colecciones egipcias
reunidas por las misiones arqueológicas de los Estados o por la compra de
colecciones completas a coleccionistas privados (Stevenson, 2015, p. 2), y la
egiptología será desarrollada como disciplina a partir de las piezas en los
museos europeos, al menos en este primer momento, ya que posteriormente, tras
la creación del museo del Bulaq, que
servirá de lugar de investigación, además de como lugar de visita tanto para
europeos como para nativos, como Mariette deseaba (Thompson, 2020, pp.
234-235).
¿Y
en España? ¿Cuál era la situación de España respecto al resto del mundo en
materia de egiptología? España trataría de emular al resto de potencias
respecto al interés en Egipto, pero serían intentos de corta vida y sin mucho
éxito. Un ejemplo fue la adquisición de antigüedades durante la inauguración
del Canal de Suez en 1869, cuando, además, el Museo Arqueológico Nacional (MAN)
planteó enviar trabajadores a adquirir piezas egipcias (aunque se le negó la
posibilidad). Otro ejemplo será la misión arqueológica de Juan de Dios a lo
largo del Mediterráneo, que no tendrá éxito en materia de antigüedades egipcias.
La colección egipcia del MAN estaría principalmente alimentada por las
donaciones y ventas de coleccionistas privados, como Eduard Toda (Villar, 2021, pp. 397-400), que vendería al MAN
alrededor de 1360 piezas egipcias en el año 1887, un año después de regresar de
Egipto, donde entabló amistad con los miembros del Service y participó en sus viajes arqueológicos, por un precio de 27500 pesetas (Pons, 2018, pp. 1079-1086).
Sin embargo, no podemos evitar destacar los esfuerzos
e iniciativas previas al siglo XX, como las piezas adquiridas por Franco Dávila
o el Conde de Villalcázar en el siglo XVIII; aunque la mayor parte de las
piezas llegarán tras el Sexenio Revolucionario, cuando se trató de emular a las
potencias europeas en el plano cultural. Entre algunos de los coleccionistas de
este período podemos destacar a Juan Víctor Abargues, a Eduard Toda, a Tomás
Asensi, al Barón de Minutoli o a Federico Rauret (Albarrán, 2020, pp. 297-309).
La mayor parte de las piezas de estos coleccionistas fueron adquiridas
directamente en Egipto y donadas al MAN en Madrid. Junto a estas donaciones
llegarán los primeros estudios sobre piezas egipcias realizados por españoles,
como los de Juán de Dios de la Rada o José Ramón Mélida (Molinero Polo, 2004,
15-24).
Eduard Toda en la cubierta del Bulaq, el barco en el que el Service realizaba sus viajes de inspección por diversos lugares arqueológicos. 1886.
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