6/2/22

Carmilla, y la "vampirización" de la homosexualidad

Ilustración de una edición de Carmilla de 1872, por D. H. Friston.

Para continuar tratando a los vampiros literarios más influyentes del siglo XIX, como hicimos con Lord Ruthven, tenemos que detenernos en Carmilla, la vampiresa de Le Fanu. Si Ruthven se trataba de una demonización personal de Lord Byron, Carmilla se trata de una demonización de un grupo social más amplio, según ciertas interpretaciones que ven en su figura una demonización de la homosexualidad femenina.

En el zeitgeist literario, del Romanticismo, también vemos aparecer la figura de la femme fatale, y, junto con el tropo del vampiro aristocrático comenzado por Polidori, aparecen las vampiresas, como Carmilla (López Frías, 2017, pp. 85-86), villana de la obra Carmilla del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, novela conocida por la relación lésbica que la vampiresa mantiene con la protagonista, aunque algunos autores la leen como una relación “maternal” (véase ‘Dirty Mamma': Horror, Vampires, and the Maternal in Late Nineteenth-Century Gothic Fiction, de Angelica Michellis), argumento que, en nuestra opinión, es bastante descabellado. Carmilla será la primera vampiresa en protagonizar una novela y marcará el cambio, en 1872, que da la predominancia de vampiresas como protagonistas en las novelas de vampiros, al menos durante lo que quedaba del siglo XIX. En los dos siguientes párrafos habrá spoilers, así que ojo.

Laura, la protagonista, es una aristócrata austriaca, que habita en un castillo todo lo romántico posible con su padre, que nunca recibe nombre en la novela, y sus cuidadoras (Costello-Sullivan, 2013, pp. 4-9). Esto no cambia hasta la llegada casual de la vampiresa Carmilla, una joven hermosa, demasiado hermosa para estándares humanos, que no causa la repulsión que causa Drácula y otros vampiros más apegados a las tradiciones del folklore. A lo largo de la novela, Carmilla, desarrolla una relación lésbica con Laura, cuya salud decae por acción directa de Carmilla, que la ataca mientras duerme. Finalmente, su padre y el General, un amigo de la familia y padre de otra víctima de Carmilla, desenmascaran a la vampiresa con ayuda de un cazavampiros, Baron Vorderburg, otra figura que sirve de predecesora para Van Hellsing, y la exorcizan, matándola, pero sin evitar la posterior muerte de Laura, que nunca recuperaría su salud después de estar con Carmilla.

La muerte de Laura poco después de la muerte de Carmilla se puede leer como que Laura nunca estuvo tan viva como durante su relación con Carmilla, pese a que esta relación le estaba quitando la vida. Carmilla parece una vampiresa que, como Ruthven y sus otros predecesores, está más motivada por la necesidad de relacionarse con humanos (con consecuencias fatales para estos) que, por la necesidad de alimentarse de su sangre, como hará el Drácula de Bram Stoker y los vampiros más apegados a la tradición popular (Saler, 2005, pp. 220-221).

Ilustración de una edición de Carmilla de 1872, por Michael Fitzgerald.

¿Por qué ocurre este cambio en el género de los vampiros? Se suele interpretar como crítica, o al menos parodia, del poder creciente de las feministas, o directamente como una forma de demonizar el cuerpo femenino, y de asociar el lesbianismo con la decadencia moral, identificada con el vampirismo. Aunque la obra de Le Fanu no parece posicionarse a este respecto, sin realizar ninguna valoración moral respecto a la relación lésbica de las protagonistas (Signorotti, 1996, pp. 610-611), podemos interpretar la homosexualidad (o simplemente elección de víctimas) de la villana como una demonización, todavía mayor, de la vampiresa, al no solo ser un monstruo, sino también al atentar contra el orden social vigente, en el que solo se plantean las relaciones heterosexuales (Souza, 2019, p. 329). El lesbianismo era, de hecho, considerado una enfermedad por los sexólogos de la época, que las calificaban de invertidas que vivían como solo debían vivir los hombres (Sanfeliu, 2007, pp. 45-46). La muerte cruenta de Carmilla al final de la novela puede leerse como un “castigo” por la transgresión de las rígidas normas sociales (Nee, 2020, p. 80).

No será únicamente la homosexualidad femenina la única transgresión sexual que se asocie a los vampiros. La homosexualidad masculina, también tratada como “inversión”, perseguida por las autoridades y condenada por los sexólogos de la época al igual que la femenina (Flint, 2015, pp. 4-5), como ya trataremos en nuestro posterior artículo sobre Drácula. También, ya en el siglo XIX, se asociaba a vampiros masculinos, que depredaban sobre hombres jóvenes.  De esta forma, se asociarían los vampiros no solo con una sexualidad transgresora, castigable, sino con la homosexualidad en general, tanto masculina como femenina.


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