Wadi Tashinwat, Tadrart Aracus, Sáhara libio. |
Los perros son las mascotas más comunes del mundo (Tacon, Pardoe, 2002, pp. 52-61), y quizás la más antigua de todas, aunque situar cronológicamente la aparición de este animal es complicado, con fechas variando entre hace 12000 (Galeta, 2020, pp. 1-2), 36000 (Pierrotti, Fogg, 2018, pp. 93-96) y 100000 (Sablin, Khopachev, 2002, p. 795) años. No nos vamos a centrar en la cronología porque es un tema complicado, en el que cada vez cobran más protagonismo los estudios genéticos (Wang et al., 2018, p. 122). Tampoco parece que la domesticación se diera en un lugar en específico, y parece más plausible que ocurriera en distintos focos, en los que, por tanto, es también posible que se diera de distintas formas, aunque otros estudios apuntan a zonas únicas, originarias, desde las que saldrían todos los perros que han venido después (como son las hipótesis que señalan a un origen chino del perro). Pero estos perros después se cruzarían con más lobos salvajes, dificultando aún más la identificación de la propia especie (Derr, 2013, p. 34).
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Mapa que señala la presencia de
lobos grises (en gris). Cada círculo verde señala lugares donde los perros han
sido encontrados. Las divisiones muestran la antigüedad de las poblaciones de
perro, siendo un octavo 1500 años (Larson et al., 2012, p. 8881).
Tampoco entraremos en la enorme dificultad que tenemos
a la hora de hablar de “perro” como especie, habiendo muy pocas diferencias con
el lobo y muchas diferencias dentro de la propia especie. ¿Son los chihuahuas,
pastores alemanes, pitbulls y demás la misma especie que un lobo? Algunas
visiones dicen que sí, otras que no, y que hay una diferencia notoria entre
estos dos animales (Pierrotti, Fogg, 2018, pp. 24-26). Las diferencias entre el
lobo y el perro son más culturales que biológicas, ya que, para los humanos, un
perro y un lobo son cosas muy distintas (Derr, 2013, p. 20). No vamos a
posicionarnos en este debate, sobre el que los taxonomistas han escrito mucho,
y simplemente trataremos al perro como un lobo domesticado, de alguna forma
distinto al lobo gris salvaje.
De lo que sí quiero hablar en este artículo es el cómo llegarían
los lobos, en específico los lobos grises, a ser perros, en todas sus variantes
y tamaños. Se ha intentado explicar en muchas ocasiones, tanto desde
la etnografía (Mech, 2019, p. 69), como desde la propia arqueología. Hay que
tener en cuenta que no podemos saber con certeza cómo ocurrió, y probablemente
nunca podremos, por lo que hipótesis que hablan de un modelo único de
domesticación y acercamiento entre las dos especies no son especialmente fiables, al menos
entendidas en solitario (Derr, 2013, p. 18). En este artículo nos dedicaremos a
repasar dos de las formas posibles mediante las cuales los lobos se
convirtieron en perros.
La hipótesis clásica plantea que estos animales, en ocasiones carroñeros, se alimentarían de las sobras que los humanos dejaban en sus campamentos nómadas (pues la domesticación ocurriría en la etapa nómada de nuestra especie), y con el tiempo se volverían más mansos, aunque esto se puede cuestionar, ya que en muchas culturas se valora su ferocidad a la hora de defender el hogar, incluso contra humanos. De esta forma facilitarían el acercamiento a los grupos humanos (y por tanto el acceso a estas sobras), además de más “bonitos” a ojos humanos (lo que explicaría las diferencias en las caras y aspecto entre los lobos y los perros), haciéndose también más sociales especialmente con los seres humanos. Se han hecho experimentos con zorros emulando este hipotético proceso y el resultado es el esperado: los zorros, tras cinco décadas, serían más mansos y, en definitiva, más similares a perros (aunque este experimento está puesto en cuestión, algo en lo que no entraremos, además de los problemas éticos que presenta la venta de estos animales, medio por el cual el proyecto se financia a día de hoy) (Derr, 2013, pp. 166-167).
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Uno de esos zorros domesticados
rusos (Amy Basset and JAB Canid Education and
Conservation Center)
Pero la sociabilidad de los cánidos no se limita solo
a seres humanos. Los licaones, o perros pintados, se han observado
incorporándose a grupos de hienas cuando no tienen un grupo de animales de su
propia especie al que pertenecer. En específico Solo, una hembra de licaón, ha
sido estudiada ayudando a las hienas a la hora de cazar. No es raro que los
cánidos, como los lobos, se separen de su propio grupo, sea por la desaparición
de este o por cualquier otro motivo, y, como son animales sociales, se unan a
otro grupo social, sea de su especie o no. Si sustituimos a Solo por un lobo
que por cualquier motivo se separa de su grupo y se asocia a un grupo humano tenemos
una hipótesis plausible para el inicio de la socialización entre lobos y
humanos. Si este lobo fuera una hembra embarazada tendríamos una primera camada
de lobos nacidos bajo cuidado humano, dando otro posible inicio a la
domesticación (Pierrotti, Fogg, 2018, 58-60). Esta hipótesis dependería, como
la anterior, de la propia sociabilidad del ser humano, dispuesto a admitir a
este animal en su grupo, o, al menos inicialmente, tolerarlo.
La forma en la que el lobo y el ser humano llegaron a
socializarse juntos no es importante, la sociabilidad, se diera como se diera, es
la clave, lo verdaderamente importante, para comprender la domesticación del
lobo y la aparición del perro. Es un proceso que habría sido imposible si tanto lobos como humanos no
fuéramos animales sociales, y tampoco se podría haber dado si ambas especies no
nos beneficiamos de nuestra relación, sea ayudándonos en la caza o a través de
conseguir alimento fácil. Esta relación, en un principio motivada por la
utilidad mutua (la ayuda en la caza o en la limpieza del campamento al liquidar
las sobras, por ejemplo (Escribano, 2003, pp. 74-75)), acabaría derivando en
una relación de afecto entre nosotros y nuestras futuras mascotas, evidenciado
por los enterramientos de perros con sus dueños en muchas partes del mundo
(Morey, 1992, p. 229).