Finn mac Cool, por Stephen Reid (1910).
En una serie de artículos sobre la Irlanda bajomedieval trataremos de retratar, lo mejor y de la manera más sencilla posible, el mundo religioso de esta sociedad, y su transición del paganismo al cristianismo, aunque la escasez de fuentes nos dificulta esta tarea, especialmente alejados cronológicamente nos situemos. Comenzaremos hablando de la Irlanda pagana, y sobre todo del cómo podemos aprovechar los textos heroicos como fuente para la historia, y las conexiones que podemos encontrar entre estos y el mundo cristiano posterior.
Lo poco que sabemos de la Irlanda pagana, previa al
cristianismo, lo sabemos gracias a la arqueología y a las pocas obras literarias
cercanas a la época que nos han llegado. Y es de esa literatura de la que
queremos hablar a continuación, en concreto de los dos ciclos heroicos
principales de la Irlanda pagana: el ciclo de Ulster y el ciclo feniano, ambos de
datación complicada, pero cuya composición nos da unos orígenes posibles entre
los siglos VII y VIII (Koch, Carey, 1994, p. 51).
Esta literatura se ha usado en muchas ocasiones como herramienta para reconstruir el mundo pagano irlandés, al no disponer de fuentes escritas de esta época, porque narran historias ambientadas en un pasado lejano, no cristiano, de difícil datación por la mezcla de detalles contemporáneos a su escritura con elementos arcaicos (Falaky, Naky, 2000, p. 215). Primero hablaremos del ciclo de Ulster, cuyos hechos son normalmente datados del siglo IV. En este texto vemos héroes con cualidades casi sobrenaturales (Ó Cathasaigh, 1978, p. 78), combatiendo entre ellos. Estas narraciones han sido muy útiles para reconstruir ciertos elementos del pasado: medicina, vestido, comida o artesanía, entre otras cosas. El nombre de estas narraciones en irlandés es Táin Bó Cúalinge, que significa, literalmente: “saqueo de ganado de Cooley” (traducción propia, del inglés, “cattle raid of Cooley”), debido a que los conflictos militares de la época solían iniciarse por el robo de ganado de una tribu a otra. El mayor problema con esta narración es que no está claro si es creación de un autor único o una recopilación de diferentes tradiciones orales, pero la alteración del texto, para cristianizarlo, puede inclinarnos a esta segunda interpretación. Por ejemplo, Conchobar mac Nessa, una de las figuras principales, muere “de pena” al enterarse de la muerte de Cristo, dándonos unos años posibles para los hechos narrados, aunque tradicionalmente los hechos del texto se sitúan en el siglo IV, varios siglos después de la muerte de Cristo (Richter, 2005, p. 13).
El
ciclo de Ulster narra la lucha entre el reino de Ulster, dirigido por este rey
Conchobar y los Ulaid, una familia aristocrática histórica que dominó este
reino antes de ser derrocados por los Uí Neill alrededor del siglo VII (Bhreathnach,
2014, p. 196); y el resto de Irlanda, en
especial el reino de Connacht y sus reyes Ailill y Medb. El héroe principal es
Cú Chulainn, cuyo nombre significa “el sabueso de Culann” (Larssen, 2003, pp.
176-177), que vive y sirve para Conchobar, rey por el que morirá en batalla.
Cú Chulainn, por Stephen Reid (1904).
El Táin nos sirve como fuente para conocer la sociedad aristocrática de esta Irlanda, sobre todo de sus clases más altas, y algunos de los elementos que en ella se presentan los conocemos por haber pervivido en tiempos históricos, como la educación de los jóvenes nobles en cortes ajenas, como medio de establecer alianzas. Es destacable que las batallas parecen enfrentamientos deportivos, de uno contra uno entre los héroes, pero con el objetivo final de tomar la cabeza del enemigo, y, además, los héroes podían enfrentarse también por medio de sus poetas: los poetas de los héroes podían difamar y maldecir a sus enemigos, y el poder de estas “sátiras” tiene un papel destacable en estas poesías épicas (Richter, 2007, pp. 13-16).
El otro ciclo heroico que queremos destacar es el llamado ciclo feniano, protagonizado por Finn mac Cumaill, Finn mac Cool en inglés, y su grupo de guerreros, el fian, o fianna, en plural, que habitaban en la Irlanda salvaje, en sus bosques, alejados de los pueblos. Este texto se sitúa geográficamente en muchas zonas distintas de Irlanda, y es reminiscente de otros textos heroicos indoeuropeos protagonizados por jóvenes guerreros organizados en los llamados Männerbund. Estos grupos de jóvenes parecen no solo haber existido, sino haber sido comunes en Irlanda. Finn, el protagonista, parece haber aparecido también en las tradiciones literaria escocesa, galesa y de la isla de Mann. Sus hazañas son, principalmente, enfrentarse a otros grupos de hombres, normalmente por mujeres, pero también incluyen cuentos heroicos de cómo salvó Tara (la capital de la Irlanda medieval, donde se coronaban a los reyes supremos) de un fantasma que escupe fuego (Bhreathnach, 2014, pp. 40-41). Finn no es un personaje tan humano como Cú Chulainn, y parece mucho más confinado a la tradición oral: se le asocian mitos de gigantes, demonios, vikingos,…, que lo convierten en una figura versátil narrativamente (Ó hÓgain, 2000, pp. 131-133). Entre los personajes de su fianna encontramos a Oisín, o Ossian, su hijo y poeta, que será el narrador de sus aventuras y un personaje muy valorado por los románticos del siglo XIX (Sainero, 1998, p. 46).
El sueño de Ossian (1813), de Ingres, expuesto en el Musée Ingres Bourdelle.
La figura de Oisín nos es útil para entender la importancia social de los bardos en Irlanda, que practicaban la tradición de la seanchas, un término irlandés que incluye el conocimiento de la tradición, de la ley, genealogía e historia (Bhreathnach, 2014, pp. 1-8). Gracias a que esta seanchas se introdujo en la tradición hagiográfica posterior, ocupando los monjes el papel de los bardos, podemos entender los textos hagiográficos como sucesores, al menos en sus inicios, de los textos heroicos, sobre lo que hablaremos en otro artículo, que podemos ver en el interés geográfico de algunos de los primeros textos de Patricio, reminiscente de las descripciones de paisaje que nos encontramos en las narraciones del ciclo feniano (Santos, 2020, pp. 205-220). Estos poetas, además, eran en muchas ocasiones los encargados de criar a los hijos, función que, con la cristianización, pasaría a estar a cargo de los eclesiásticos, sobre todo en los casos en los que el niño iba a dedicarse a la vida religiosa.
Sabemos, por tanto, muchas cosas de la Irlanda pagana
gracias a estos textos, sobre todo en lo referente a la organización social de
la aristocracia, sin duda la más presente no solo en los textos literarios sino
también los legales (Bhreathnach, 2014, pp. 92-106). Sin embargo, ¿sabemos a
qué dioses adoraban? ¿Sobrevivió el culto pagano al cristianismo? Los
cristianos negaban el carácter de dioses de estas figuras hipotéticas, y
Patricio, en sus escritos, solo se refiere a ellos como “ídolos y
abominaciones”, que serían borrados por la llegada del cristianismo. Tenían
festividades, que coincidían con los cambios de estaciones y se conservaron,
alteradas, en el cristianismo: Imbolc, Samain, Lugnasad y Beltaine; y cuando un
personaje de la literatura jura por los dioses jura “por los dioses por los que
jura mi pueblo” (Ó Cróinin, 1995, pp. 30-33). Encontramos menciones de dioses
en textos cristianos, como por ejemplo Brígida, muchas veces vista como una
“diosa madre” (Berger, 1995, pp. 70-74) y asociada a la santa del mismo nombre,
así como Lugh, el dios celta más importante, pero no sabemos cómo eran sus
cultos (Stern, 2020, pp. 61-66). Muchas veces se ha intentado recrear para su
estudio a estos dioses a través de los cultos de los santos, entendiendo que el
culto popular se armonizaría con la religión cristiana en estos períodos de
conversión, o en la comparación con otros dioses celtas que sí nos han llegado,
pero en esto nos detendremos en mayor profundidad en otro artículo (Saintyves,
1908, pp. 100-102).